Odio

Odio que ni siquiera intentes comprender. Aprende a escuchar.

Odio que te apropies del control remoto sin importar qué o quien esté viendo algo; sin disculparte, sin pedir permiso. No sabes de respeto.
  

Odio que uses argumentos que cuando yo utilizo digas que no tienen validez; o peor, que digas que “es diferente”. Pareces adolescente.

Odio que digas groserías todo el tiempo y que si escuchas una sola de mis labios te pongas a gritar. Predica con el ejemplo.

Odio que explotes en un segundo por estupideces o cosas que ni siquiera te has molestado en tratar de entender. Enfría la cabeza y úsala para pensar.

Odio que mis argumentos, solo por ser míos, te parezcan insignificantes. Al menos finge que los estás considerando.

Odio que no me tomes en cuenta. Tomas decisiones sin mí, y me olvidas fácilmente.

Odio que des por hecho las cosas todo el tiempo, y que si yo lo hago, entonces estoy mal, fui estúpida. 

Odio que no te pueda preguntar nada cuando tengo dudas, porque si no me contestas “no se”, me das una explicación largamente innecesaria, o peor, pones los ojos en blanco y me preguntas como puede ser que no lo sepa yo.

Odio que me exijas ser mas femenina y responsable aun cuando tu nunca me inculcaste ninguna de esas cosas. No le pidas peras al olmo.

Odio que cuando me esfuerzo no le des importancia, y que cuando fallo me lo recuerdes todo el tiempo. Hace mucho que he dejado atrás los intentos de impresionarte.

Odio no ser lo que quieres, y que tengas el descaro de hacérmelo saber siempre sin siquiera darte cuenta. No vine al mundo a complacer a nadie.

Odio que me compares con otras personas. Esto es lo que soy, aunque te pese.

Odio que proyectes tu frustración y enojo en mí. Al menos ya búscate otro saco de boxeo que no seamos yo y mi hermana.

Odio que te importe más mi éxito que mi felicidad. Desapruebas todo lo que amo.

Odio que siempre que recibo reconocimiento o afecto es porque te lo he pedido. Y ha sido efímero, ha sido insípido.

Odio que cuando finalmente consigo forzarte a escuchar, y cuando al fin parece que nos hemos entendido el uno al otro, tratas de enmendar tus errores… y solo lo logras por un par de semanas, y lo olvidas de nuevo. Por eso ya no trato de limar diferencias.

Odio que le des más importancia a tu comodidad que a mi seguridad. Pero si te digo que tengo miedo a volver sola contestas “Regrésate temprano”. El punto es… “no cuentes conmigo”.

Odio cuando trato de señalar tus errores, y que me respondas con agresividad. Te conviertes en dictador, y lo peor es que te excusas.

Odio que digas que ‘a tu papa’ no le hablaban así y que lo obedecían. Siempre me callo ese “Pues de alguna manera se habrá ganado ese respeto. Algo estarás haciendo mal”

Odio que la única manera de sentirme a gusto en mi casa es que no estés en la misma habitación que yo. Y aún cuando evito problemas, tú encuentras la manera de provocarlos.

Odio que no apoyes mis proyectos, mis sueños, y mis alegrías. A ti no te interesa ayudarme si no se trata de la escuela.

Odio que mi vida te resulte tan insignificante, y que nunca me hallas demostrado lo contrario. Si estoy ahí, si no lo estoy… ni siquiera te das cuenta.

Odio que creas que ser un buen padre significa darme dinero, permisos, y exigir que se haga tu voluntad. Hay algo llamado cariño, hay algo llamado apoyo. No se si lo sepas, pero son los progenitores de la confianza que aquí tampoco existe.

Odio que si estos años me he alejado de ti, ha sido porque tú me empujaste lejos. Gente que consideras perfectos extraños, y a los que yo llamo amigos, me han sacado de agujeros en los que tú me metiste cientos de veces.

Odio tener que escribir esto para sentirme mejor. Pero encuentro estúpido lastimarme físicamente para llamar tu atención, como hacen tantos otros jóvenes.

Y ODIO saber que si lo leyeras… no harías nada al respecto. Porque aunque trates de curar la herida, la volverás a abrir sin lugar a dudas.

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La imagen, para aclarar, solo es una metafora...

Romantic.xo.